sábado, 19 de septiembre de 2020

Menudo chorreo

Intento no pecar de cotilla ya que peco mucho en otros terrenos. Sin embargo cuando algo llama mi atención es difícil que no indague hasta descubrir el porqué de ese interés mío por ese hecho, persona o lugar. En esos avatares de la vida que uno no espera, se dio una de esas situaciones. Sentado en un despacho, esperando a recibir unos papeles y una firma, uno de los presentes abrió protocolariamente su ordenador y lo desbloqueó con una fugaz contraseña. Imposible de avistarla ni por el más avezado fisgón. Todo lo relatado no sorprende ya que sucede infinidad de veces en cualquier parte del mundo y en cada momento. Y fue entonces cuando por el rabillo del ojo y sin ninguna intención,mis ojos se fijaron por alguna oscura razón en el pequeño icono del correo electrónico del  de la parte contratante. Se me mudó el gesto, la respiración se detuvo y el corazón incrédulo no sabía si seguir latiendo. 8953 mensajes pendientes de ser abiertos. Ochomilnovecientoscincuentaytres mensajes. Yo soy de los que tengo tres pendientes y no duermo pensando si son importantes. Me levanto de madrugada solamente para cerrarlos y que desparezca el numerito que indica los que aún no he visto. Ese número me descentra, me distrae y me altera hasta el ADN. Cuando vi los miles pendientes en el buzón de aquel del ordenador se me vino a la mente el ingente trabajo para contestar, borrar, archivar o yo que se que se haga con semejante cantidad. No podía parar de pensar en la miserable existencia de ese hombre cuando se pusiera en serio con esa tarea. A diez segundos por mensaje sale que este pobre sujeto necesita 1492 minutos para solventar el tema.Un día entero sin interrupción deshaciendo el embrollo que por otra parte se liaba más pues en los dos minutos en los que le indiqué mi sorpresa, llegaron hasta su buzón 7 mensajes más, de manera que en la siguiente hora ya habría llegado el número a los 9000. Esa noche no dormí. La siguiente pregunta que me hice con estupefacción fue de donde sacaba aquel personaje 9000 elementos que le enviaran correos. Los he contado y creo que yo tengo veinte como mucho.Serían necesarios 450 mensajes por cada uno de estos veinte y de algunos no quiero recibir ni uno.

Por la puerta del despacho asomó la parte contratante de la segunda parte que procedió a abrir su ordenador y, sin duda, miré. 2567. Me parecieron pocos. Este hombre no tiene vida, pensé.

En fin, puede que haya hoy en día temas más preocupantes pero no cabe la menor duda de que este número de correos sin abrir, me ha hecho olvidar que estoy en paro. Lo primero es lo primero.

lunes, 14 de septiembre de 2020

Por el forro

Hace muy poco, unos dias quizás , intenté una proeza. Se me ocurrió la brillante idea de forrar un cuaderno que uso a diario para apuntar lo que se me viene a la mente y así no desgastarlo innecesariamente . Y me vino ese plan simplemente porque vi un trozo de forro adhesivo tirado en un cajón que si llega a haber una cremallera, a estas horas tendría un cierre perfecto para el cuaderno. Así que me puse al lío. Nada más desenrollar el papel adhesivo y despegar la esquina para empezar, se me pega un dedo al susodicho papel que al tratar de despegar el pulgar se revuelve sobre sí mismo pegándose a su vez en la otra parte adhesiva  dejando inutilizada esa zona del forro. No pasa nada. Se corta y se comienza de nuevo.Esta vez parece que lo he conseguido. Parte adhesiva al descubierto y sin miramientos coloco el cuaderno. Me doy cuenta que no es ese lado, que es el otro y con mucho cuidado intento recuperarlo de las fauces del papel que parece una lengua de rana de lo que pega el maldito. Y no. No suelta el cuaderno. Con mucho mimo trato una vez más de despegarlo para empezar por tercera vez y oigo y siento en lo más profundo de mi alma, un rasguido. Después de maldecir mi suerte, miro sin querer mirar el destrozo. No es tanto. Lo puedo recuperar si dejo quieto el librito. Así lo hago pero tengo que aceptar que la colocación no es la correcta. Que más da. A por ello. Seguimos el procedimiento. Siguiente paso seguir despegando el papel y pegarlo a la cara del libro. Y aquí es donde empezaron a salirle unas arrugas en la cara que  se asemejaba más a una ciruela de esas que dejas tres meses fuera de la nevera que a un cuaderno y unas ampollas que parecía que mi librito había recorrido el camino de Santiago descalzo. Pero como no se podía deshacer el entuerto había que finalizar la chapuza. Y la acabé. Tengo un libro que parece Benjamin Button al final de la película. Spolier alert. En fin. 

La otra cara de la moneda es que hoy, en un día en el que he recibido tres libros de texto, me han vuelto las ganas de aventura. Pero esta vez, he visto un tutorial de internet. Que finura, que elegancia, que maestría la muchacha. Parece tan fácil. Así que otra vez al tema. Para hacerlo corto, el primer libro no ha quedado mal. Mejorable. El segundo casi perfecto pero con el tercero me he salido y me he quedado con ganas de más. He buscado en mi mochila y he encontrado dos libros más. Forrados. ¿Y ahora qué? Me he acordado de un pequeño libro que ha escrito mi padre y que merece la pena ser leído y también forrado. Y en definitiva, son las tres de la mañana y ya me he forrado la mitad de la enciclopedia Espasa, los diez tomos del Señor delos anillos y todas las revistas Hola, Semana y Que me dices que he visto por aquí. Estoy pensando que mañana voy a probar con todo lo que encuentre. No tiene porque ser libros.  Tengo mono de forrar aunque, para ser sincero, me encantaría estar como mis libros. Forrado.

viernes, 31 de julio de 2020

Acero de desayuno

Y se vino el mozo a avisarnos que la Soledad, al caerse el sol completo, terminando de arrojar las aguas sucias de su bodegón , en el que a la sazón también vivía, se vio atacada sin cuartel y empeñonada y vuelteada y coceada por un enjambre de moros, de esos que vienen con la abada y que en el pubis tienen sólo pelusa mal hilada y la violentaron los esos moros e hiriénronla mal. Mas que luego, como la Soledad se hallaba en el suelo enlodado y maloliente, sin conocimiento y sin trapos, se anduvieron raudos y se atrancaron en la su habitación, sin quererse salir los muy viles, diciéndose muy enjutos y ergüidos, que halláronla vacía y sin ocupante ni dueño, que se andaba casi muriendo a cuatro palmos dellos y que los dueños ahora eran ellos. Y parece que en recuperando poco el resuello, la Sole paró una cuadrilla de corchetes que vio en rojo de la sangre que la cubría. Y contoles el cuento y pidióles que sacaran a esos mancebos infieles y despiadados. Mas es el caso que los dichos corchetes no fueron tras esos pues de validos venía que a los mozos moros lo que gustaran, ya si era violar cristianas, aquí chitón. Eso sí, con sus heridas y golpes a la Sole la metieron de bruces en un calabozo esa madrugada por haber querido denunciar bellacos.

¿Y qué hacer si los corchetes no defienden del turco? Si validos y poderes miran de soslayo y consienten?. No queda otra que despertar y llamar a voces al español de Lepanto y conjurarnos, ya sean imberbes, bereberes o turqueses que ya me vale.Darles a desayunar acero, sacarles de la posada de la Sole y echarles a los cerdos que se los lleve el diablo por donde vinieron a su infierno de Alá. Y eso un español lo hace en un tris. Y si en el asunto nos llevamos al valido o a su puta madre por delante, válgame Dios que así sea. Claro, conciso, concreto. Manos al pan que se me calienta mi lengua como mi espada. La una mata y la otra remata. 

sábado, 4 de abril de 2020

El sombrero seco

Era ya de noche cuando terminó su turno. Raimunda se le había ido en un suspiro. Sin despedirse, sin dramas. Se apagó, así de repente. Y ese día, Amador, Elvira, Carmen. La última fue Raimunda. Abrazos silenciosos al despedirse de los que se quedaban en la batalla. Sin ni siquiera deshacerse del plástico verde que cubría su cuerpo que por supuesto no la protegía de la amenaza pero era lo único que había podido conseguir. Las limpiadoras del hospital se habían hecho pantallas con el plástico de los cuadernos y apuntes de algunos estudiantes que se los cedieron. Otros mascarillas de las monjitas del convento vecino. Aquello no protegía contra la bestia pero reconfortaba mientras alguien buscaba una solución eficaz. 
Salió a la calle con paso lento, reviviendo el día  en su mente. Los cascos inalámbricos en las orejas, apagados. Todo el sonido venia de su mente. Hacía frio y llovía .Caminaba con paso firme ahora en dirección a su casa. Ramón también se fue hoy. Carlos, el más joven, sonrió al final. Dios, Margarita. Recordó de pasada que no había comido nada. Sólo un sorbo de café frio que le ofreció alguien que se encontraba cerca. Un enfermero, un bedel, Socorro, la desinfectadora más sonriente. Todos animaban con gritos, con arengas. No había tiempo de llorar, de lamentarse, ni de comer. A pesar de su ensimismamiento, vio la pequeña tienda de alimentos de Isabel. Había luz. Estaba abierta. La mascarilla azul que ocultaba parte del rostro de la tendera no disfrazó la expresión de asombro al saludarla y darse cuenta de que su cara estaba marcada por el uso de las máscaras a lo largo del día. Doce horas con la presión de los elásticos habían medio desfigurado su piel debajo los ojos y alrededor de su boca, que sin embargo, sonreía.
-¿Qué haces abierta, Isabel?
- No vienen muchos pero los que pasan por aquí necesitan algo. Como tú. ¿Cómo ha ido el día?
Su respuesta, un suspiro ahogado.
-Que grandes sois. Que grandes.- Isabel la miró. Una mirada larga, cálida, sincera. De agradecimiento, de admiración y de “por favor, seguid en la lucha. No os rindáis.” No había palabras.  No podía abrazarla.  Y ella le respondió igual e Isabel entendió. “No podría seguir sin saber que tú me estarás esperando para que pueda comer. Por favor, no cierres. Protegete pero no cierres. Te necesito.”
Después de comprar un par de cosas siguió su camino. Y su pensar. Alfonso, también. En esos recuerdos se le iban las energías. Llovía intensamente y cuando, de manera consciente quiso mirar la calle, sólo alcanzó a ver vidriosos reflejos . Se frotó los ojos para apartar el agua de la lluvia y se dio cuenta de que estaba llorando. Estaba exhausta, débil y triste. Necesitaba sentarse, tomar aire. Darse un tiempo. Recordó las técnicas de meditación con una amiga suya. Ay, si pudiera controlar todas estas emociones. Vio un banco vacío. No había nadie por la calle. Sólo la noche, la lluvia y un banco mojado. Cerró los ojos y agachó su cabeza. Respiró. Y lloró. Cuando se incorporó, notó que alguien se había sentado a su lado. Un señor de unos ochenta años. Bigote blanco y sombrero. Ya no se veían hombres con sombrero. Le recordaba a su abuelo.
-Buenas noches.
-Buenas sí. -dijo ella.
-Vienes del hospital,¿verdad?.- ella respondió con una media sonrisa y un vuelo de los ojos, como diciendo, muy agudo, abuelo.- ¿Cómo se ha dado hoy? Tiempos duros, horas difíciles.
-¿Qué hace fuera de casa? Debería estar confinado y más con su edad.
-Ya me voy.  Sólo venía a decirle a usted que les admiro. Y que estamos con ustedes.
-Muchas gracias. Pero vayase a casa. Así nos ayuda más. De verdad.
El hombre se quedó fijamente mirandola durante unos segundos. Ella sentía que le veía el alma. Cansada casi derrotada alma.
-Me imagino que estás pensando en todos aquellos que se han ido hoy. En si podías haber hecho más. En lo rápido que sucede todo. En “y si….” ¿Verdad?
Estaba desconcertada. Pero no respondió.
- Sólo te voy a decir algo.- continuó el hombre que le cogío la mano. Sorprendentemente cálida, familiar bajo el frio, la lluvia y la noche- No puedes salvar a todos. Algunos se tienen que ir. Otros se van a ir. No has dedicado ni un pensamiento a Iñigo, Belén, Marta. Hoy has salvado a todos ellos. Tu esfuerzo les ha dado una segunda oportunidad. Raimunda ha partido hoy, sí. Pero está bien. Ella está bien. Mañana ayudarás a muchos más y saldrán adelante. Mirarán a la vida con otros ojos. Valoraran lo que tienen por delante y será gracias a ti. No te castigues con esos pensamientos. Te necesitamos en el frente a plena energía, Alicia.  Ahi te necesitamos. 
Se levantó el hombre, todavía sujetandole las manos. Se las llevó a la boca y las besó.
-Esto es de parte de Raimunda. Para que lo lleves contigo y no desfallezcas.- Cerró los ojos. Notó el beso en la mano una y otra vez. Al abrirlos, en frente de pie estaba un policía y su perro lamiendo su mano.
- Perdón. Se ha quedado dormida en el banco y está lloviendo mucho. Ánimo. 
-¿Ha visto a un señor que estaba sentado aquí hace un momento?
- No. No hay nadie.
- Bueno, gracias. Gran trabajo el suyo también. 
- Tiempos duros, horas difíciles.- Alicia le miró sorprendida.- Eso dice mi abuelo que está en el hospital. Tenga usted buena noche.
Alicia continuó y por alguna razón empezó a recordar todas las altas que había dado ese día. Borja, Eladio y esa señora de ochenta y dos años. Y Alonso y César. Se volvió un segundo y observó al policía alejarse. Se fijo también en el banco del que se había levantado hacía un segundo. Había un sombrero. Un sombrero bajo la lluvia. Un sombrero completamente seco. Un sombrero que hizo que su alma se encendiera de esperanza y de alegría.

martes, 11 de febrero de 2020

Sabelotodo

Iluso de mi, he tardado en darme cuenta en que mundo vivimos pero hace unos días me he llevado una de esas bofetadas que te hacen despertar de golpe y sin cariño. Eso me hizo reflexionar sobre si lo que sé, mis conocimientos, mis opiniones, mis creencias e incluso mis principios son lo que yo pensaba que eran. Pero no. Son lo que otros quieren que sean. Para entender esto hace falta aceptar algo difícil de tragar para muchos. Sin embargo es así. Todos hoy en día creemos que sabemos de todo y que nuestra opinión es la buena. Y nadie se baja del burro. Nadie. Dar el brazo a torcer es algo que se ve poco en estos tiempos de hoy. Lo más curioso es que en nuestro interior sabemos, no siempre, que estamos equivocados pero nunca lo haremos visible al exterior. Eso puede dañar nuestro ego. Una vez aceptado esto y si no la aceptas léelo otra vez para darte cuenta de que estás actuando como describo, veamos que ocurre cuando en el interior sabemos que podemos estar equivocados o incluso en nuestro error, deseamos convencer a los que tenemos en frente de que, sí, de que  tenemos razón. Es entonces cuando iniciamos una búsqueda desesperada por internet, visitando páginas y páginas hasta que encontramos nuestro argumento por alguien que firma con un nombre de lo más común pero tiene un diseño de página que nos hace confiar. Pero por encima de todo, dice exactamente lo que pensamos. ¿Qué hacemos entonces? Hombre , te vas a enterar. Lo publico en mis redes sociales para que veas que tengo razón. Y punto. Ya he ganado. Come menos carne es mejor, los niños tienen que leer a Dostoyevsky antes de irse a dormir cuando han cumplido dos años, la leche de camello te fortalece las uñas, ser vegano es mejor que ser ovofruteriano, los alienígenas están entre nosotros, es mejor hacer de vientre de cuclillas subido a la taza y con un pie suspendido en el aire, hacer dieciocho comidas al día es mejor para los gases. Y así con todo.  ¿Y qué es lo más curioso de todo esto? Bueno, que por cada argumento que encuentran los que intentan convencerme de que reciclar agua de lluvia de Dubai para hacerme unos espagueti carbonara es bueno para el planeta yo encuentro otros diez mil en contra. Y con la misma seguridad y expresividad, lease “Lo ves”, lo publico en la red que toque ese día y me voy a dormir muy tranquilo porque he convencido a todo el mundo de que los pañales reciclables es lo mejor que nos podía pasar en nuestra vida y si no se convencen mañana encuentro más argumentos que tengo un ratito después de desayunar. De todo esto se extrae una conclusión triste. Y es que no estamos dispuestos a aprender de los demás. Los tontos como yo, con la mente abierta nos dejamos convencer de todo. Incluso, a pesar de que me lo se todo sobre Mozart, de que Mozart no era Mozart sino un grupo de conspiradores que además no utilizaba una cierta nota musical para firmar sus obras que componían entre todos. Me la quise creer porque la historia es misteriosa y atractiva, bien presentada y aunque iba en contra de lo que conozco, caí en la trampa. Y si me lo permiten voy a terminar que tengo que comerme mi último filete de carne antes de volverme vegetariano, voy a lavarme los dientes con el carbón que me ha sobrado de la barbacoa y me voy a unir a mis niños en tirar huevos a la pared que es muy Montessori y según el blog de Mi pediatra en casa. org es muy bueno para desarrollar la empatía hueveril. Me han convencido de todo pero es que está en internet, no puedo decir que no.